viernes, junio 30, 2006

LA CIUDAD PERDIDA

LA CIUDAD PERDIDA


Por el Rev. Martín N. Añorga

Fui a ver la película de Andy García, "La Ciudad Perdida". Sé que muchas otras personas han escrito sus impresiones sobre esta interesante película, y que muchos otros se han convertido, de pronto, en inflexibles críticos de cine. Lo que yo quiero contar es la experiencia de identificación que tuve con el filme.

Esta película de Andy pudo haberse titulado "Pérdida Total", porque, en síntesis, es la historia de un hombre que lo perdió todo. Probablemente el concepto de ciudad se usa como un término colectivo, no como una referencia a un lugar geográfico lleno de formas y personas. El que pierde a Cuba no pierde un trozo de paisaje ni una mansión que atesora sus recuerdos. Un exiliado no pierde a solas una ciudad. Pierde todo lo demás.

La película, por supuesto, no es una síntesis autobiográfica de Andy García, al que trajeron al exilio a sus cinco años de edad; pero representa un poco de cada cubano que ha venido al destierro. Lo admirable es que este famoso actor, cincuenta años después de haber dejado Cuba, haya sido capaz de manejar nuestras propias vivencias de forma cabal. "La Ciudad Perdida" es una lágrima de cada cubano llevada a la pantalla.

Y decimos que la película nos expone el dolor de "una pérdida total", porque ése es su mensaje. El protagonista pierde a su hermano, a su mejor amigo, su negocio, su casa, su familia, el amor de una mujer y finalmente termina perdiendo su patria. Por ese camino que nos desgarra poco a poco hemos andado millones de seres humanos.

Siempre he dicho que lo que en Cuba se ha perdido es irrecuperable. Podrá reconquistarse una nueva república y podrán reedificarse los edificios dilapidados; podrá reeducarse a las generaciones que nos siguen y volverá a ponerse de moda el derecho a expresar libremente pensamiento y sentimientos; pero ¿quién repone una vida tronchada, quién retira de un rostro anciano la cicatriz de las lágrimas, quién devuelve la paz a una madre aturdida por el fusilamiento artero de su hijo?. Hay cosas que regresan y se instalan; pero hay pérdidas que jamás se compensan. El dolor de Cuba no lo apaga nadie en los siglos por venir.

En "La Ciudad Perdida" se expone el tema de la crisis familiar de forma cruda. La guerra entre hermanos, la separación entre padres e hijos, la rotura de la armonía hogareña, han sido trágicas frustraciones que marcaron desde su inicio el itinerario cruel de la revolución. Todos hemos pasado por eso. ¡Cuántos han tenido hermanos que les traicionaron y cuánta desconfianza ha envenenado las relaciones que antes fueron plácidas, abiertas y sinceras!.

Aunque muchos pretendan señalar que las pérdidas materiales no importan, lo cierto es que el despojo salvaje de nuestras propiedades, el ultraje intervencionista en nuestras vidas privadas y el robo descarado de nuestros bienes obtenidos por trabajo y sacrificio son vilezas que representan una cruel mutilación de nuestra propia vida. En muchos hogares han entrado los milicianos como una jauría desesperada para robar cuanto objeto, valioso o no, les fue posible alcanzar. Uno de los recuerdos más tristes que guardo de los días de la euforia "revolucionaria" fue el de presenciar la intervención del colegio presbiteriano de Caibarién. En plena vía pública se amontonaban los retratos de figuras históricas de la institución, libros religiosos, cartas oficiales y documentos. Abriéndome paso por entre los curiosos que veían impasibles tal salvajada, me incliné para rescatar una Biblia y un cuadro con la imagen de un gran hombre de Dios. Un joven barbudo, vestido con el repudiable traje verde olivo me interceptó impidiéndome consumar mi objetivo. Las palabras que nos cruzamos fueron el pretexto para que me detuvieran como si yo fuera el ladrón y no ellos.

En Miami he conocido a grandes figuras públicas de Cuba republicana. No puedo mencionarlas a todas; pero cito un ejemplo que las representa. A comienzos de la década de los sesenta tuve el privilegio de entablar una cercana amistad con el Dr. Manuel Capestany, congresista de origen remediano, que en Cuba era el legítimo poseedor de una bella finca y de su casa familiar. Como carecía de automóvil era mi costumbre conducirlo a su hogar después de las reuniones en las que participábamos. Una noche lluviosa le ayudé hasta su puerta y descubrí que Capestany vivía al nivel de la más burda pobreza. Al darse cuenta de mi perplejidad me dijo: "no crea que soy tan pobre como parezco, soy rico en libertad, salud y esperanzas".

¡Qué grande el cubano, que abrumado por el techo que le robaron, es capaz de cobijarse al amparo de la pobreza para beberse en paz sorbos de libertad!.

En "La Ciudad Perdida" nos identificamos, no tan solo con las perdidas de nuestros recursos y con las decepciones familiares, sino también con el dolor de las amistades disueltas y con la tragedia sentimental de una rota relación de amor.

No puede negarse que los desterrados por los caminos del mundo llevamos a cuestas nuestro fardo de recuerdos. Yo, como todos los demás, dejé atrás amigos a los que nunca he vuelto a ver. De pocos sé cual ha sido su destino. En "La Ciudad Perdida" nos asomamos al fenómeno del deterioro de la amistad, propio de los tiempos de disolución social asociada al comunismo.

En cuanto a las relaciones románticas atropelladas por la revolución pudiera escribir historias ajenas que he integrado como propias al rosario de mis sentimientos. En especial recuerdo a una joven señora, llegada a los Estados Unidos con dos pequeños niños, asida de la esperanza del pronto viaje de su esposo. Este, lamentablemente cayó preso con una absurda sentencia de 20 años de encarcelamiento. Hoy día los niños de antes son un hombre y una mujer, profesionales de admirable éxito. Crecieron dirigidos por una madre que jamás abandonó el recuerdo de su esposo, y que inculcó en sus muchachos el amor y el respeto por el padre ausente. Increíblemente, 28 años después de la despedida dolorosa todos lograron reunirse; pero ¿quién le devuelve a esta pareja el cuarto de siglo perdido, ausente de cercanía y felicidad?; ¿quién les restaura a estos jóvenes la tragedia de haber crecido sin padre?

En otros casos, los matrimonios se disolvieron, el sentido de familia se destituyó y las promesas de amor se quebrantaron. ¡Todo este dolor para edificar una falsa revolución!.

La película de Andy tiene, por supuesto, sus escenas de violencia, sangre y muerte. Y pudo tener más, porque los años finales de la década de los 50's y los que a partir de allí se ha tragado la revolución se caracterizan por la aparición del odio y el desdén por el valor de la vida.

Podremos estar de acuerdo, o no, con la cinta cinematográfica de nuestro admirado compatriota Andy García; pero en lo que tenemos que coincidir es en admirar el abnegado valor de esta rutilante estrella de Hollywood, que arriesga fortuna y compromete su propio futuro en aras de una expresión de amor para con su patria perdida.

Yo, personalmente, le hago llegar a Andy mi admirador agradecimiento. Su película me hizo pasar revista a los viejos sentimientos revueltos en mi corazón.

"La Ciudad Perdida" me hizo llorar de nuevo, y de nuevo también me despertó el compromiso de luchar, con lo que me quede de vida, porque Cuba recupere su libertad. Desde el pórtico de una libertad recuperada, entraremos en la senda difícil de recuperar, de lo que se ha perdido, lo mejor.