sábado, enero 31, 2009

EL OTRO RINGO

EL OTRO RINGO


Por Luís Cino

Arroyo Naranjo, La Habana, enero 29 de 2009 (SDP) Albio Márquez, un amigo de los tiempos del Pre Universitario Cepero Bonilla que vive desde hace años en los Estados Unidos, teme que lo considere un ave de mal agüero. Hace más de un año, me avisó de la muerte de Jorge Conde. Ahora me da otra mala noticia en un e-mail. Héctor Barreras (Ringo, el baterista de Los Kent, Los Barbas y Los Dadas) falleció de un infarto el 7 de enero.

Esta vez ya estaba enterado. Supe la muerte de Ringo por un artículo en la página cultural del periódico Juventud Rebelde del 15 de enero. Lo escribió Joaquín Borges Triana en su sección de música “Los que soñamos por la oreja” y se titulaba “Nuestro Ringo se fue”.

En el artículo no se aclara que esta es la segunda vez que se va Ringo. La primera fue cuando salió de Cuba. Borges Triana no dice (supongo no se atrevió o no lo dejaron) que Ringo murió en Miami. Seguro que echaba de menos la calle Albear, el barrio de Palatino, La Habana…Ringo tampoco pudo regresar a tocar para su gente.

A nuestra generación de cincuentones que no se resignan a serlo, nos consuela que aún nos queda otro Ringo. El primero, el de Liverpool. El que inspiró a Héctor, el hijo de la peluquera, a tocar la batería y dejarse la melena. Richard Starkey también es nuestro, aunque Joaquín Borges Triana no lo considere suyo por británico, falto de virtuosismo y porque los mandarines no le han hecho una estatua en El Vedado.

Borges Triana precisa leer una ponencia de Ernesto Juan Castellanos para conocer sobre “el diversionismo ideológico del rock y la moda” y “la política cultural de los años 60 y 70” que por demás, considera “un proceso que ya es historia”. Prefiero pensar que es muy joven e ingenuo. Quien vivió aquel tiempo, no necesita que le hagan el cuento. Tampoco perdona que dicha “política cultural” (vaya eufemismo) nos arruinara la juventud.

Héctor-Ringo fue otro de los que pusieron un toque de magia con su música para ayudarnos a capear los años duros, que, masoquistas que nos hemos vuelto, añoramos con nostalgia agridulce.

Recuerdo cuando tocaron Los Barbas, allá por 1971, en La Pequeña. Era un campamento agrícola, entre Alquízar y San Antonio de Los Baños, donde las muchachas de mi escuela pasaban, trabajando en el tabaco, los 45 días de la escuela al campo. Los varones estábamos albergados a varios kilómetros de allí. A la fiesta en La Pequeña debían ir los más destacados en la emulación. Al final, asistieron, a campo traviesa, más fugados que vanguardias.

Hambreado, con ropa prestada (sicodélicamente diseñada con cloro y un cordel) y las botas sucias, fui uno de ellos. Mi novia me esperaba. Y Los Barbas también.

Rompieron con una versión en español de Honky tonk woman. La dirección les había advertido expresamente que no podían interpretar canciones en inglés, pero pedimos a Chany y Miguelito que tocaran algo de los Chicago, el grupo que desde hacía más de un año oíamos en la WQAM y nos traía locos. Nos complacieron (estaban ansiosos por complacernos y complacerse) y para disgusto del compañero director, José Luís El Bull Dog, allá fueron, en versión larga, Make me smile y Question 67-68.

Con las baquetas, Ringo pegaba fuerte en la caja y los platillos y sacudía la melena cual si estuviera en Woodstock. Olvidado de la mala cara del director y los chirridos de los amplificadores rusos, invitándonos, siquiera por un rato, a bailar y ser felices. Es la forma en que hoy quiero recordar a Héctor Barreras, el otro Ringo.
luicino2004@yahoo.com