martes, mayo 31, 2011

Amir Valle habla de la Seguridad del Estado de los Castro y la Stasi: MEMORIAS DEL HORROR


Entrada al Museo Memorial Hohenschönhause
(antigua Prisión Central de la Stasi) en Berlín.



Tomado de http://amirvalle.com/


MEMORIAS DEL HORROR

PRIMERA PARTE



Hace unos años supe que existía la Stasi. Que controlaba la vida pública y hasta las más íntimas angustias de los alemanes que tuvieron la mala suerte de caer de ese lado del Muro donde los rusos establecieron, con sus botas militares, el socialismo “a la soviética” (es decir, fascismo con otro nombre, según la historia se encargó de enseñarnos). Y aunque lo suponíamos porque Cuba y los antiguos países socialistas éramos “hermanos” y todo entre nuestros gobiernos, como en las mejores familias, estaba muy bien “conectado”, “pactado”, jamás se nos dijo que si se miraban bien a la Stasi alemana, la KGB soviética, la StB checoslovaca, la SB polaca, la ÁVH húngara, y la DSE (Departamento de Seguridad del Estado) cubana, entre otras, podrían ser consideradas hermanas gemelas: además de sus métodos comunes para controlar a los ciudadanos “descarriados” (es decir, aquellos que querían pensar distinto a lo que disponía el gobierno imperante), se protegían, colaboraban secretamente y compartían sus padecimientos y sus más sucias intimidades… como los gemelos.

Siempre he dicho que Dios ha querido que yo esté, o caiga, o pase por lugares que me permiten saciar esa curiosidad que desde niño me persigue. Pero si hace unos años alguien me hubiera dicho que yo iba a estar, como Escritor Residente Invitado, en lo que fuera la prisión central de la Stasi en Alemania, seguramente no le habría creído.

Y es que caminar por lugares donde el horror dejó de ser El Horror para convertirse en Lo Cotidiano, es una experiencia que te deja muchas marcas. Sobre todo si allí, en ese sótano oscuro que llamaban “El Submarino”, escuchas la historia vivida por alemanes que estuvieron prisioneros allí. Sobre todo si te ves de cara con el cinismo fascistoide con el que un sistema que se decía humano trataba a sus ciudadanos peor que a la más asqueante, rastrera y peligrosa de las bestias. Sobre todo si ante los ojos ves caras que durante años, en tu país (Cuba, en mi caso) nos presentaron como semidioses del parnaso socialista y descubres que fueron ellos quienes autorizaron actos tan inhumanos como los que perpetraron los nazis contra la humanidad.

Es triste oler la podredumbre moral de un sistema que en teoría es hermoso, solidario, humanista, pero en la práctica fue (y por desgracia aún es en algunos pocos países) un antro manipulador de las esperanzas y los sueños humanos.

Pero más triste es saber que mi país, ese país tan amado por muchos de los que leen este escrito, sigue practicando ese horror que ha dejado de ser El Horror para convertirse en Lo Cotidiano.

En esta serie de anécdotas-reflexiones quiero referirme a esas cosas que he descubierto allí, en el Memorial Museo Hohenschönhause (Prisión de la Stasi), sobre ese pasado tenebroso del socialismo alemán que es hoy el presente de Cuba.
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Tomado de http://amirvalle.com



1

LA OSCURIDAD… EL TERROR… LA NADA


La especie humana es la alimaña más peligrosa que ha pisado esta tierra. Eso pienso. Y muchas imagino que Dios esté molesto conmigo por pensar tan mal de la criatura que, según dice la Biblia, Él creó a su imagen y semejanza. Pero mientras más camino por este corto sendero que es la vida, más razones tengo para repetirme que el ser humano es el ser más cruel, el más irracional, y el más imperfecto de toda la creación, haya sido hecha por ese Dios en el que creo o por ese gran estallido que, dicen los científicos, dio origen a la vida millones de años atrás.

Y el ser humano cuando alcanza el poder es aún peor. Y cuando tiene que defender una idea que se opone a la idea de algún de su especie, desciende esos escalones que, también dicen los científicos, nos separan de la irracionalidad animal, para convertirse en la más ciega, rabiosa e inhumana de las bestias.

Eso pienso cada día, siempre que bajo los pequeños escalones que me conducen hacia esa aberración que “los dignos defensores del socialismo alemán” llamaban “El Submarino”, en el Museo Memorial Hohenschönhausen, antigua prisión central de la Stasi. Y vienen a mi mente escenas dantescas del horror que escuché alguna vez, en Cuba, en boca de amigos como Manuel Vázquez Portal, Raúl Rivero y Ángel Santiesteban, escritores los tres, encerrados los tres simplemente por pensar que existe una salida distinta para Cuba hacia esa prosperidad y ese país mejor y más digno que llevamos ya más de 50 años esperando sin que se vea ni un atisbo de luz al final del túnel.

Estuve apenas un minuto sentado en una de las celdas de castigo de “los heoricos y humanísimos defensores del socialismo alemán”, y me bastó para salir de allí aterrado sólo de pensar que la gruesa puerta de hierro se cerrara de golpe. Dentro, sólo oscuridad, total oscuridad y un cubo para los excrementos. La oscuridad… el terror… la nada… llegan a ser una misma cosa cuando estás dentro y, como me dijo Manuel Vázquez Portal una tarde del 2005, allá en mi casa de La Habana: “conoces lo que es el verdadero significado de las palabras insignificancia e impotencia”, palabras que, lo confieso, me parecieron simplemente una pequeña descarga filosófica del gran poeta que es mi amigo Vázquez Portal, porque cuando uno padece en carne propia el dolor las palabras de dolor, de sensación de miedo, de horror, son simplemente eso: palabras, aunque vengan cargadas de ese dolor, ese miedo, ese horror.

Lo curioso es que esas palabras de Vázquez Portal; y las otras que me dijo Raúl Rivero: “te acostumbras a la idea de que la cárcel es parte de tu cotidianidad, un espacio que debes visitar como si fueras a un santuario, a expurgar las supuestas culpas que otros lanzan sobre ti”, y las que pronunció Ángel Santiesteban, bajando la cabeza, estremecido: “la impotencia es lo peor, hermano, saber que sólo tienes tu cuerpo, tu propia carne, y ni siquiera puedes decir que eres el dueño de tu carne”… esas palabras, y otras que he escuchado a la periodista Tania Quintero, al traductor Jorge Pomar y a tantos otros amigos, se amalgaman ante mis ojos cada vez que entro a esas celdas, como si el horror fuera un territorio omnipresente, con invisibles hilos como vasos comunicantes. Y todavía más escucho esas palabras, las veo danzar incómodas un baile de guerra contra el pasado y perdón para el futuro, cuando leo en un escrito de uno de esos “aguerridos defensores del socialismo humanista alemán”:

“llevar a cada prisionero al punto más bajo de su autoestima”,

o en un programa de entrenamiento para los psicólogos que interrogaban a los prisioneros:

“para lograr la confesión o la delación es necesario empujar al interrogado hacia la conciencia de que su existencia está supeditada a nuestros deseos”,

o en el informe de un interrogador:

“la inestabilidad psíquica es evidente. Se procede así a desequilibrar a la interrogada con el método recomendado por el médico que atiende su estado de gestación: el compañero X procede a intimidarla con la posibilidad de que el Estado Alemán considere que ella no podrá transmitir una correcta formación ideológica a la niña por nacer, en tanto yo, en mi carácter de interrogador principal, asumo el rol de consejero amistoso que se preocupa porque ella pueda conservar el bebé que, según parte médico que adjunto a este informe, debe nacer en dos semanas”.

Psicólogos que interrogan empujando hacia la indefensión total del ser humano. Médicos que colaboran con los interrogadores para encontrar los “puntos flacos” del interrogado. Instructores que se encargan de que el prisionero no duerma para facilitar la labor de los interrogadores. Dietistas que estudian (y practican en los prisioneros) cómo debilitar al cuerpo humano para destruir hasta la más mínima de las resistencias. Científicos que experimentan en las comidas y las atmósferas cerradas de las celdas para que los prisioneros más rebeldes, catalogados como “no reciclables”, enfermen de cánceres raros que los irán convirtiendo en muertos vivos hasta eliminarlos, sin dejar otro rastro científico del asesinato que no sea la sospecha del crimen.

Eso he visto. Y me aterra saber que ahora mismo, mientras escribo estas letras en la tranquilidad de mi apartamento, en una soleada mañana berlinesa, algún cubano, allá, en alguna celda de Villa Marista estará conociendo lo que es la impotencia mientras afuera otro cubano disfruta sabiéndose dueño del poder de humillar a ese “peligroso enemigo” que ha decidido, simplemente, pensar distinto al resto de la dócil manada.